El 7 de junio pasado tuvo lugar el primer encuentro del ciclo de formación para mujeres organizado por Mujeres Independientes y Federales (MIF). En esta oportunidad, se abordó el tema de La Violencia de género.

Contamos con la participación como oradoras invitadas de Verónica Camargo y Jimena Aduriz, madres de Chiara Páez y Ángeles Rawson respectivamente, ambas víctimas de femicidios.

Son casos especiales – destacan ambas – donde era muy difícil prever que algo así podía pasar. Pero en muchos otros, es posible actuar a tiempo y evitar una tragedia. Para ello es necesario que la sociedad se involucre en esta problemática, que seamos capaces de detectar las señales de violencia, que sepamos cómo intervenir, y que no miremos hacia otro lado.

De todo esto nos vinieron a hablar estas dos madres, que han transformado su dolor en fortaleza ayudando a otros a luchar contra la violencia.

El rol fundamental de la Educación

Todo el mundo tiene un papel a la hora de prevenir y poner fin a la violencia, dice Verónica. Por eso debemos trabajar todos juntos para erradicar la violencia contra las mujeres como la discriminación, el acoso y el hostigamiento laboral y sexual, la violencia doméstica, la trata de personas, entre otras formas de violencia que hoy nos preocupan tanto.

El punto de partida es sin duda la educación, formal e informal. Primero en la casa, desandando el camino del machismo cultural que nos atraviesa. Y desde ya, a través de las instituciones (escuelas, clubes, etc.) para que cada vez más mujeres se atrevan a denunciar a su agresor, o para que sepamos reconocer a tiempo las señales de violencia, ya sea institucional, obstétrica, sexual, familiar. Sobre todo, porque a menudo la violencia comienza como un juego, o con formas sutiles que casi no se perciben como tal.

Hoy los chicos tienen naturalizada la violencia en el trato diario. Es necesario enseñarles desde temprano a respetar la intimidad de los otros. Las chicas deben saber que nadie puede obligarlas a darles las contraseñas de su celular, por ejemplo.

También educar en la no indiferencia. Verónica cuenta que unos vecinos escucharon los gritos de Chiara en la casa de su novio. Pero pensaron que se trataba de una pareja a quienes solían escuchar discutir. Si hubieran atinado a hacer la denuncia, la historia quizás habría sido diferente… No pasa por ser familia humilde o no, pasa porque toda vida vale y todos debemos comprometernos, nos dice.

Luchar contra los estereotipos

Jimena señala que la violencia de género es de tipo cultural. Por ello para erradicarla es importante luchar contra los estereotipos culturales que cargamos inconscientemente.

Nos hace reflexionar sobre cuántas veces hemos dicho u oído decir: “la pollera corta no”, “cuidá a tu marido”, “a una mujer sola le cuesta mucho salir adelante”, e incluso del humor al estilo de Olmedo, que perdura en nuestras pantallas.

Es necesario atreverse a corregir a nuestro entorno. Empezar a cambiar desde adentro, dice. Y aclara que no considera que los hombres sean violentos por definición. Pero sí que están (estamos todos) “formateados culturalmente”. Por ello es necesario hacer un proceso interior de deconstrucción en ese sentido y animar a otros a hacerlo. Los hombres – agrega – deberían asumir que, salvo parir, no hay nada que no puedan hacer de lo que hacen las mujeres (…) Pero el trabajo en casa no debe plantearse en términos de “ayudar” a su pareja, sino de abrazar nuevas formas de relación más equitativas.

Por supuesto que las mujeres también tenemos que reflexionar con respecto a las tareas tradicionalmente asignadas a los hombres y que perfectamente podríamos asumir.

Y por otra parte, tenemos que entender que los varones también han sido víctimas de una “cultura patriarcal”, que les ha impedido llorar, que les ha impuesto la responsabilidad de ser el sostén de la casa, que no les ha enseñado a vincularse emocionalmente con sus hijos…

El trabajo es de todos.

Detectar los signos de la violencia

Verónica y Jimena insisten en la importancia de que, como sociedad, tenemos que educarnos para poder detectar a tiempo los signos de una situación violenta, y no desestimarla.

Nos explican que una mujer que está “hechizada” o aterrada por un hombre violento difícilmente pueda salir sola de la situación. Hay que entender que, al margen de la violencia física o psicológica, deben enfrentar el miedo a dejar todo lo que conocen, o se sienten cautivas por estar económicamente desprotegidas, o porque viven con la amenaza del daño a sus hijos: una mujer es ante todo madre.

En estos casos, generalmente se niega el problema y se inventan explicaciones para justificar al agresor.

¿Cuál sería entonces la forma más efectiva de acompañar a una mujer víctima de violencia?

Son necesarias mucha escucha y paciencia, dice Jimena. No juzgarla. Lo primero que tenemos que hacer es crear o reforzar el vínculo que tenemos con ella. Generarle un vínculo libre de amenaza. Cuando siente que puede confiar, empieza a empoderarse.

El círculo de la violencia

La violencia de género atraviesa todos los estratos sociales. Incluso puede decirse que las mujeres de clase alta son más vulnerables porque sus parejas tienen más poder, y a la vez, su mismo entorno social prefiere tapar esta problemática.

En líneas generales, las mujeres que son víctimas de violencia tienen baja autoestima. Suelen venir de situaciones de vulnerabilidad.

El victimario, por su parte, suele tener un perfil que asegura la complicidad social: aparenta ser encantador y tener a su mujer en bandeja de oro, explica Jimena. Pero esta personalidad psicopática no significa que no puede distinguir entre el bien y el mal. Al contrario: porque sabe que obra mal es que actúa en la clandestinidad.

Jimena nos explica cómo se va armando el círculo de la violencia: Al principio el violento endulza el oído de la víctima. La controla de a poco. Le hace creer que nadie las puede querer más que él.

El hombre violento considera que la mujer es su propiedad, no una persona. Por ello elige mujeres que sabe que puede manipular a su antojo. A las agresiones les siguen las actitudes reparatorias, que las confunde.

Luego la aísla de su entorno. En ese momento es cuando las mujeres suelen negar lo que pasa.

En esta primera etapa, cuando la violencia es sólo psicológica, es cuando es más fácil rescatar a la víctima.

Denunciar a un agresor

Es necesario concientizar a la sociedad sobre la importancia de hacer una denuncia para que haya un expediente judicial y se pueda intervenir. Además, la mujer debe estar entera para poder hacer una denuncia lo más completa posible y aportar pruebas.

Sin embargo, no siempre es aconsejable denunciar. A pesar de los progresos que se han hecho en materia jurídica e institucional, todavía una mujer que denuncia queda desprotegida por no contar con todo el apoyo que necesita para enfrentar esa situación. O no tienen adonde ir, o no son económicamente independientes, o no se sienten seguras. Esto tiene como consecuencia que el 83 % de las denuncias se caigan y que terminen volviendo al lado de su agresor. Por ello – nos dice Jimena – antes de incitar a una mujer a denunciar, es importante asegurarse de que cuente con un círculo de contención para lo que va a venir después. Si esto no es posible, nos queda ayudarlas a disimular (por su seguridad), esperando el momento oportuno.

La intervención del Estado en la lucha contra la Violencia

Ambas destacan que si bien las cifras son aterradoras (sigue muriendo una mujer cada 30 horas en Argentina), en los últimos años se han tomado muchas medidas positivas tendientes a luchar contra la violencia de género: es el caso de las líneas 144 y 137, esta última – dicen – funciona muy bien.

También hacen referencia a que la ley de víctimas (Nro. 27372): la primera que contempla el entorno familiar, y tiene su propia línea 149, donde se reciben todo tipo de denuncias de violencia, pero el 63% son de violencia de género.

Otra medida de protección interesante son las tobilleras electrónicas: En la Provincia – explica Jimena – se ha invertido en tobilleras electrónicas, las cuales son buenísimas porque es una medida mucho más efectiva que el botón antipánico. La tobillera detecta el acercamiento del agresor a 20 cuadras. Automáticamente la Policía, que tiene esto monitoreado, lo detecta y llama para preguntar qué hace donde está. Esto los aleja inmediatamente de la víctima.

Sin embargo, a pesar de estos avances, queda todavía camino por recorrer. Según Jimena, el Código Penal tal como está actualmente tiene falencias. (…) Falta una normativa que sea más punitiva con los agresores, especialmente en los cuadros de violencia intrafamiliar, donde no hay equidad entre el castigo y el acto. Por ejemplo, si una recibe una agresión de un extraño en la calle, esa persona va presa por lesiones, pero en los cuadros de violencia familiar, el hombre que golpea no va preso.

Momentos de empatía

El encuentro fue muy interesante porque permitió conocer la realidad de la violencia contra las mujeres en nuestro país por boca de quienes la vivieron en carne propia con sus hijas, y actualmente con las mujeres víctimas de violencia a quienes acompañan de distintas formas.

Pero también conmovieron a los presentes profundamente con sus testimonios de la experiencia vivida. Más allá de la información, los datos, las cifras, los hechos… «pudimos compartir entre mujeres lo que vive el corazón de una madre, en un tiempo y una intensidad imposibles de imaginar, la angustia de la incertidumbre, la eternidad de la espera, el miedo, el apoyo de todo un pueblo movilizado» afirma una de las asistentes. Detalles tan pequeños y tan grandes como el último momento feliz compartido con sus hijas, celosamente recordado como un regalo de la vida.

Gracias de nuevo, Jimena y Verónica, por la riqueza de este encuentro. Desde MIF nos quedamos con la fuerza de su lucha y con el compromiso de poner nuestro granito de arena en todo lo que nos resta por conseguir en la gestación de un cambio cultural por la paz y que ponga fin a toda violencia.

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